2 may 2016

Lazar (Svetozar Ristovski, 2015)



Para definir a un producto cultural (ya sea una novela, un ensayo, un disco o una película) como un “clásico” suele hacerse referencia a su cualidad de haber logrado trascender el momento en que fue producido, al extremo de ser igualmente válido en otro tiempo (posterior). Como la Historia no admite una lectura única resulta llamativo comprobar hasta qué extremo la invasión cultural estadounidense (mayor o menor, según lecturas) ha conducido a generalizar, en el caso del cine, la expresión “clásico” a películas producidas en los Estados Unidos cuyo principal mérito suele ser tratar con asuntos de validez universal, comprensibles en Indianapolis, en San Petersburgo, Lagos o Yakarta. De este modo, y aunque siempre quede alguna referencia mínima y superficial, la Historia del momento en que fueron rodadas esas películas suele quedar reducida a referencias que actúan como marco de acomodo de esos argumentos de validez general. Dicho de otro modo, el contexto social en que se desarrollan dichas películas tiende a quedar minimizado por el flujo de narración (y me refiero también a casos que aparentemente podrían plantear alguna duda, como ‘Casablanca’, de Michael Curtiz, por ejemplo).


El caso de ‘Lazar’ (Svetozar Ristovski, 2015) es exactamente el contrario: ese contexto social pesa más que el relato que el film quiere comunicar. No interesa tanto la peripecia del protagonista -Lazar (Vedran Zivolic), un joven conductor que trabaja para una organización mafiosa de traficantes de personas- como el hecho de que trate tan claramente un asunto urgente de la política europea actual. ‘Lazar’ habla de la crisis de la llegada de refugiados a Europa, del pensamiento que planea sobre el film de situaciones como las que se viven en el campo de refugiados de Idomeni, de inmigrantes arrojados al agua para facilitar la huida de los traficantes de personas perseguidos por parte de una policía en la que anida la corrupción, de podredumbre moral que retrata a personajes enfrentados a acontecimientos mucho más grandes que ellos, y que en lugar de empatizar con las víctimas les lleva a buscar una vez más el lucro rápido. Ese contexto parece mucho más importante que la manera de narrar de Ristovski, y sin duda permite valorar ‘Lazar’ como una película a recordar con el paso de los años. Aunque no sea por su capacidad para comunicar y emocionar a través de unas imágenes que se revelan demasiadas veces más cerca del Winding Refn de ‘Drive’ (2011) o de una desafortunada fascinación por el retrato la noche (americana, pero por la cantidad de focos que permiten ver lo que no debería verse, no por la técnica cinematográfica) que de la grave coyuntura social de la República de Macedonia.

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