(texto elaborado con motivo del ciclo dedicado por Zinemateka de Azkuna Zentroa a Theo Angelopoulos, entre los días 21 de octubre de 2015 y 21 de enero de 2016)
A punto de cumplirse cuatro años de la inesperada muerte de Theo Angelopoulos, la Zinemateka homenajea a uno de los grandes cineastas europeos del siglo XX. Un accidente absurdo, en el que resultó atropellado por una moto en Atenas, impidió que terminara la última parte de su última gran obra. Dejó un legado, no obstante, cuyo valor trasciende barreras geográficas y temporales.
Su obra cinematográfica surge con los ecos de los movimientos sociales en torno a Mayo del 68, dentro de un difuso grupo de jóvenes cineastas surgidos como una ‘Segunda ola’ tras la Nouvelle Vague. Formado en el IDHEC (Institut des Hautes Études Cinématographiques) parisino, e influenciado por la obra de cineastas como Michelangelo Antonioni o Andrei Tarkovski, su cine pronto destaca por compaginar un rigor estético de gran belleza con una sólida base ética sobre la que trata sus grandes temas: el sentido de la comunidad, el acercamiento crítico a la Historia, los efectos en las personas de lo que decide la política, los movimientos sociales y las grandes migraciones que siguen marcando la historia de Europa. En casi todos los casos, todos juntos: el exilio.
Aupado en un refinado dominio técnico sobre la imagen y el tiempo –a la altura de coetáneos y sucesores como Béla Tarr, Abbas Kiarostami, Jim Jarmusch o Aki Kaurismäki– su cine confiere a la unidad mínima de narración –el fotograma– la mayor cantidad de información posible. Es un cine que, partiendo de un compromiso con las virtualidades de la imagen, construye narración, reflexión y belleza sirviéndose de una pulquérrima utilización de los recursos formales del cine. Como hicieron John Ford o Alfred Hitchcock, por mencionar a dos de los grandes maestros, el cine de Angelopoulos posee una identidad estética reconocible al primer vistazo a través de la que reflexiona en torno a historias que pivotan sobre asuntos recurrentes. Como guionista, el propio director se encarga de dotar de profundidad también a esa narración en solitario o en colaboración con escritores como Tonino Guerra o Petros Márkaris.
El presente ciclo recoge la mayor parte de las películas que rodó el genial cineasta ateniense a lo largo de 45 años de trayectoria profesional. Desde su cortometraje ‘El programa’ (Η Εκπομπή, 1968) a las dos partes de su trilogía inconclusa –‘Eleni’ (Τριλογία - Ι. Το λιβάδι που δακρύζει, 2004) y ‘El polvo del tiempo’ (Τριλογία - ΙΙ. H σκόνη του χρόνου, 2008)– pasando por sus monumentales obras maestras ‘El viaje de los comediantes’ (Ο Θίασος, 1975) o ‘La mirada de Ulises’ (Το βλέμμα του Οδυσσέα, 1995). Volver a verlas –o hacerlo por primera vez– en la oscuridad de una sala de cine es una buena noticia que, si seguimos el recurrente pesimismo que caracterizaba el carácter de Angelopoulos, parece seguro que no podrá repetirse en muchos años.
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