22 nov 2013

36 (Nawapol Thamrongrattanarit, 2012)

http://www.youtube.com/watch?v=qc32yu6n_1Q
 
Hay gente que se dedica profesionalmente a mirar. El primer caso que a cualquiera le viene a la cabeza es el del vigilante, adiestrado a detectar amenazas para aquello que protege, pero sin duda el segundo es el de fotógrafo profesional. Sai no es exactamente fotógrafa, pero se dedica a tomar imágenes de lugares con el mayor número de detalles posible. Busca lugares que respondan a las peticiones de los directores de cine de Tailandia. Es localizadora. Tiene que encontrar lugares que sólo existen en la imaginación del director, cuando no en su memoria difusa. En ambos casos, tal y como demuestra ‘36’ (Nawapol Thamrongrattanarit, 2012), puede ser una tarea imposible.

‘36’ (2012), no se ha estrenado comercialmente en España, pero sí se pudo ver ayer jueves en el Auditorio del CCCB, dentro del programa del Festival de Cinema Independent de Barcelona L’Alternativa. Además, ha obtenido premios como el Fipresci del Festival de Busan 2012 o el premio al mejor nuevo talento en el Festival de Cine Asiático de Hong Kong. También participó en otros festivales en la India (Kerala) o Filipinas (Cinemanila) antes de que se viera por primera vez en Rotterdam en enero de este año.

36 es el número total de planos de esta película romántica en la que se siente el aura de Tsai Ming-Liang (realizador del que el firmante de ‘36’ se manifiesta admirador), pero sobre todo, una coherencia y frescura poco frecuente en torno a un tema tan rico como es el de la memoria. Se trata de la historia de Sai y Oom. Ella se encarga de encontrar localizaciones para películas, mientras que Oom es el director artístico de una de esas películas. A él no le gusta que le fotografíen, usa una cámara analógica y hace fotos de personas. Sai es una fiel representante de su tiempo: las ventajas que ofrece la fotografía digital se le imponen como incuestionables. Puede hacer muchas fotos –todas las que quiera- y decidir después con cuál se queda. Su trabajo le ha enseñado que sólo unas pocas de las imágenes que ella pueda construir son particularmente valiosas. Quizá ninguna.

Cada uno a su manera pero juntos visitan edificios ruinosos, viejos hoteles, pisos de paredes desconchadas, apartamentos baratos, clínicas de otros tiempos, expresando sus opiniones y forjando una relación incipiente.

Articulado en torno a dos períodos (separados por los títulos de crédito de la película), ‘36’ opta por la sencillez. Son 36 planos estáticos separados por otros tantos intertítulos con la pantalla en negro en los que se expresa un subrayado respecto al siguiente plano o una idea que complementa lo que estamos a punto de contemplar o lo que acabamos de ver.

Partiendo de la metáfora de que la memoria es algo así como un software muy difícil de manejar, el film pone en tela de juicio una de las verdades más extendidas respecto a la imagen digital: que no se pierde, que queda para siempre, porque no hay más que guardarla en un disco duro (en tu casa o en un disco duro en un servidor en el desierto de Mojave). Todo obedece a una extraña fe que se mantiene en que los desarrolladores de software siempre respetarán formatos que están ahora en nuestras manos, o que los discos duros no se estropearán jamás, o que en caso de que se estropeen habremos hecho una copia de seguridad, o que los servidores que albergan todo el saber mundial jamás sufrirán un incendio, un terremoto u otro cataclismo.

La memoria es un software que no necesitaremos actualizar y permite albergar y deformar (dígase acomodar, moldear, adecuar, pervertir o borrar consciente o inconscientemente) los recuerdos de lugares, situaciones, relaciones, familiares, amigos o amores. Es un mensaje que ‘36’ pone en primer plano durante su breve metraje (68 minutos) quizá en ocasiones de manera demasiado reiterativa, pero que Thamrongrattanarit desmenuza de distintas maneras a raíz de una argucia argumental: un disco duro se estropea.

Sai, tiempo después de los días (de trabajo o de lo que fueran) que pasó con Oom, desea retomar las imágenes que tomó para mostrárselas al director de cine para el que trabaja. Cree que aquel edificio en el que estuvo con Oom podría servir para la película que están preparando. Cuando acude al disco duro del año 2008 en el que guardó aquellas fotos descubre que ha dejado de funcionar, que no queda nada de lo que hizo entonces. Acude al amigo de una amiga para que intente rescatar aquellos archivos. En el proceso –que se saldará con la recuperación parcial de las fotos- Sai recordará algo de los días que pasó con Oom, e intentará encontrarlo, pues perdió la relación con él hace un año. Además, y en previsión de que no pueda recuperar aquellas fotos (que sí están en la memoria del espectador), empieza a recorrer los lugares en los que estuvo con él. Nuevamente sacando fotos, pero sobre todo mirando esos espacios que para ella están ligados a conversaciones y recuerdos. Junto a ella, el espectador es interpelado en todo momento a reconstruir aquellas imágenes para él cercanas e imaginar aquellas que propone Thamrongrattanarit a causa de su estricta, valiente y coherente apuesta estética: no hay ni un solo movimiento de cámara y los actores entran y salen del cuadro con total normalidad. Se mueven pausadamente por el plano y fuera de él. El (tan cuidado) fuera de campo obliga al espectador a imaginar situaciones, rostros, reacciones. El realizador reclama la atención por ese mismo medio hacia los lugares, la atmósfera, esos espacios muchas veces vacíos, ventanas que no ofrecen vistas maravillosas (o sí), objetos cotidianos por los que ha pasado una historia que nadie contará y que serán olvidados con facilidad.

Memoria y olvido están constantemente en el pensamiento de Sai después de su “incidente” con el disco duro: no puede más que lamentar la fragilidad de los soportes informáticos, pero también la de su propia memoria, incapaz de recordar aquella conversación tan interesante con su mejor amiga, que ésta rubricó con un SMS de entusiasmo.

Los extraños mecanismos de la memoria humana incluyen ese olvido involuntario que Sai lamenta, pero también el premeditado y alevoso. Ambos caben en ‘36’ para ejemplificar la situación en la que se encuentra hoy cualquier persona: querer recordar y no poder hacerlo (como le ocurre a una mujer que conoce Sai, cuya hija adolescente murió muy poco después de que Oom le tomara una foto que jamás envió a la familia); o querer olvidar y tener herramientas para impedirlo. Una mujer acude a recuperar los archivos de su disco duro al mismo técnico al que acude Sai. Dejó el disco duro hace meses pese a que dijo que tenía urgencia por recuperar los datos. Llega ahora y, tras tanto tiempo, se ha dado cuenta de que no merecía la pena recuperar lo que fuera que hubiera allí. El técnico, finalmente, se ofrece a borrar los datos que había recuperado.

Brillante debut en el largo del guionista Nawapol Thamrongrattanarit, que participó en los textos de películas como 'Home' (Chookiat Sakveerakul, 2012) o 'Seven something' (Paween Purijitpunya, Adisorn Treesirikasem & Jira Maligool, 2013), que ya había dirigido varios cortometrajes desde 2006, y que presentó su segundo largometraje en la edición de este año del Festival de Venecia, ‘Mary is happy, Mary is happy’ (2013). Volveremos a él.

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