Probablemente el único caso de genio del cine hijo de un genio de la pintura. Jean Renoir, maestro de la Nouvelle Vague –de Truffaut a Rivette- como antes lo había sido del cine moderno italiano encarnado en Visconti y Rossellini, es uno de los grandes iconos del cine francés.
Se
inició como director en los años postreros del cine silente, según dicen
impresionado por el cine de Stroheim, al que dirigiría en una de sus obras
maestras, ‘La grande illusion’ (1937).
Amigo
de André Bazin, lector entusiasta de Émile Zola o Guy de Maupassant, la obra de
Renoir –que incluyó películas producidas en Italia, Estados Unidos e India- encajaría
a la perfección con el concepto definido por Roland Barthes como “bistec de
bistrot”: una francesidad sin parangón. Todo ello, sin abandonar jamás un aire
de familiaridad reconocido por Truffaut como el factor determinante para que
Renoir firmara “los filmes más vivos de la historia del cine”.
Su
carrera fue frenándose –sólo cuantitativamente- tras su salida de la Francia
ocupada por Hitler. Entonces pasó unos años en Estados Unidos, donde firmó
títulos sobresalientes como ‘Swamp water’ (1941) o la comprometida ‘This land
is mine’ (1943), protagonizada por Charles Laughton. Antes de su regreso a
Francia jaleado por los jóvenes críticos de ‘Cahiers’, firmó una de las
incursiones más apasionantes de un occidental en la India en ‘The river’ (1951).
Abandonó
Europa tras dirigir media docena más de títulos en su país. Se estableció en
Los Angeles en la década de los setenta, donde moriría en 1979.
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