(texto elaborado con motivo del ciclo dedicado por Zinemateka de Alhóndiga Bilbao a la situación del audiovisual contemporáneo español titulado ‘Mirar a cámara. Identidades, simulaciones y recreaciones en el audiovisual contemporáneo español’, comisariado por Rubén Corral. Incluyó la proyección de 'Invisible' (Víctor Iriarte, 2012), 'Vikingland' (Xurxo Chirro, 2011), 'The Juan Bushwick diaries' (David Gutiérrez Camps, 2013), 'Diarios móviles' (Víctor Moreno, 2010), 'El extraño' (Víctor Moreno, 2009), 'Felices fiestas' (Víctor Moreno, 2008), 'Feriantes' (Víctor Moreno, 2010), 'La piedra' (Víctor Moreno, 2013), 'Dime quién era Sanchicorrota' (Jorge Tur, 2013), 'N-VI' (Pela del Álamo, 2012), 'VidaExtra' (Ramiro Ledo Cordeiro, 2013) y 'Árboles' (Los Hijos, 2013) entre los días 27 de noviembre de 2013 y 30 de enero de 2014)
En los
últimos dos años España ha empezado a sufrir las consecuencias de la reducción
drástica de ayudas al cine. Sumadas a la caída de los ingresos en taquilla (por
la subida del IVA, por la reducción de la renta disponible en las familias), la
situación del cine español tiene poco que ver ya con la de hace cinco años. La
industria tiende a desvanecerse y –más allá de las superproducciones de
Hollywood- se pueden contar con los dedos de una mano las películas que
consiguen ser rentables a su paso por taquilla.
Sin embargo,
hay otras consecuencias que tienen que ver con la manera en que el audiovisual
español SIGUE adelante gracias, sobre todo, a la autoproducción. Gracias a
“ajustarse el cinturón”. Cuando no hay industria en la que cobijarse se ha
perdido la consideración hacia un canon clásico narrativo socialmente
aceptable. Ya no hay por qué hacer películas para un público convencional y
“masivo”. Tampoco hay medios para hacerlas. Sin la presión de esa industria,
los cineastas parecen dejar de tener la necesidad de alinearse. Cuando no hay
dinero, la libertad es absoluta.
Este frente
audiovisual tan libre (difícil parangón hay en el mundo a día de hoy) lo
conforman los cineastas españoles que no lo eran hasta hace nada: son los
jóvenes, los aficionados, los apasionados, los ilusos.
La realidad
que constatan estos realizadores –que no pasan de los 40 años de edad- en sus
películas es la que conforma ‘Mirar a cámara’, una panorámica del audiovisual
más alejado de la industria. Sea voluntaria o forzadamente. Estas películas
íntimas, mínimas e introspectivas quizá no sean el relevo ante un público
mayoritario, pero sí ante un público menor en cuanto a cantidad, más
comprometido y más inquieto ante unos trabajos mucho más directos, que no
pretenden aparentar más de lo que son. Son películas que, sin embargo, permiten
al espectador atento muchas más lecturas que los complejos productos
industriales abocados a su desaparición (aunque sea momentánea).
Tenderá a
convergir con una estructura industrial homologable con la de cualquier otro
país europeo, pero todavía habrá que esperar. Lo que está claro en este cine
“de entretiempo” (por utilizar la expresión de Jonás Trueba para el arranque de
‘Los ilusos’) no busca el rápido bálsamo de la taquilla. No existe para él. Se
cerró. Posiblemente busca aquello para lo que se empezó a utilizar el cine a
partir de la modernidad: testimoniar una identidad, recrear y fomentar una
cultura, plasmar una mirada ante su contemporaneidad. Y exhibirse a través de
circuitos alternativos.
Es un
audiovisual más radical que no aspira a narrar acontecimientos históricos con
afán maximalista, con la antigua convicción de dictar sentencia (a la manera
del periodismo) sobre su realidad. Se contenta con aspirar a levantar acta de
una serie de identidades (personales o colectivas) que sitúan en el centro de
sus películas, sobre actividades fundamentales como el trabajo, el compromiso
político (o su ausencia) o la memoria (personal, colectiva, propia o ajena). Es
un audiovisual que únicamente puede permitirse una reflexión personal, un punto
de vista. Ni más ni menos que un enfoque ante hechos que han llamado la
atención del cineasta. No es de extrañar por tanto que la cámara forme parte de
lo representado: que el dispositivo de grabación tenga un papel a la altura del
resto de objetos grabados, cuando no mayor. Se ha convertido en omnipresente la
relación entre las personas que aparecen ante la cámara y los que están detrás.
Se ha vuelto general el consenso en torno al recordado discurso de Chris Marker
en ‘Sans soleil’ (1983), cuando consideraba que “no hay nada más estúpido que
decir a la gente que no mire a la cámara”.
“Cine-ensayo,
cine-búsqueda, cine-memoria: las películas del nuevo/nuevo cine español, no
pueden estar más alejadas de lo que caracteriza a buena parte del cine de ese
país”, aseguraba el veterano crítico argentino Diego Lérer. Los grandes cambios
en el cine han estado relacionados con desarrollos tecnológicos y con momentos
de crisis. El digital llegó ya hace unos años y probablemente este tipo de cine
ya estaba desarrollándose, pero con el advenimiento de la recesión, el paro y
la crisis, este cine radical, directo, sencillo y de supervivencia se ha
erigido en el más sincero testimonio de nuestro tiempo. El más valioso también,
pero eso lo dirá el tiempo.
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