(texto elaborado para el catálogo de la 56 edición del Festival Internacional de Cine Documental y Cortometraje de Bilbao, ZINEBI, que concedió el Mikeldi de Honor al realizador japonés Hirokazu Koreeda. Con motivo de su visita a Bilbao, Rubén Corral y Ramón Ganuza comisariamos el ciclo 'El compromiso de Hirokazu Kore-eda' centrado en sus piezas documentales)
Para
el observador distante, cierta heterodoxia domina el panorama del
actual cine japonés. La enorme variedad de registros estéticos y
narrativos que se pueden hallar en el largo camino que va del cine de
Sion Sono al de Naomi Kawase incluye parada –dejando a un lado el
anime-
en nombres conocidos para el aficionado como los de Takeshi Kitano,
Kiyoshi Kurosawa o Nobuhiro Suwa. Aunque en uno u otro ámbito, todos
gozan de un cierto prestigio internacional, si bien probablemente al
frente de todos ellos en la actualidad –por su relevancia
internacional- está Hirokazu Kore-eda.
Los
mensajes universales que conducen sus películas de ficción (la
memoria, el luto, los conflictos derivados de las relaciones
intergeneracionales, la infancia o la superación personal) han
logrado convencer a los jurados de los festivales más importantes
del mundo y llenar las salas de públicos tan alejados del arte y
manera de vivir de la sociedad de su país: desde Estados Unidos a
España pasando por Brasil o Israel, adonde el productor Steven
Spielberg llevará el remake
de
su último largometraje de ficción, ‘De tal padre, tal hijo’
(Soshite
chichi ni naru,
2013), galardonado con el Premio del Jurado del Festival de Cannes y
el Premio del Público del Zinemaldia donostiarra del año pasado.
El
descubrimiento de su faceta menos conocida –como documentalista-
viene a ratificar la convicción del director respecto al tratamiento
de una temática concreta, y pone en cuestión el lugar común
extendido en los últimos tiempos respecto a que el cine de Kore-eda
logra mayores cuotas de aceptación por una supuesta carencia de
compromiso político. Quizá por la intensificación de los asuntos
relacionados con la familia de sus últimas películas pudiera
derivarse tal lectura superficial. Sin embargo, esta selección de
documentales viene a constatar que prácticamente todo lo que
Kore-eda ha tratado en sus ficciones ya lo había apuntado en sus
documentales, y que es en estos segundos en los que resulta más
evidente el error del mencionado lugar común.
Es
evidente que Kore-eda no aspira en ningún momento a convertirse en
el nuevo Kazuo Hara, y tampoco militará en las filas de cineastas en
los que cree y admira como Shinsuke Ogawa o Noriaki Tsuchimoto, pero
a la luz de sus películas es incuestionable su adscripción a la
tendencia que, a finales de los años ochenta y primeros noventa,
representaba la TV Man Union en la que se inició: una productora
independiente comprometida –desde su fundación en el año 1970-
con la creación de contenidos audiovisuales rigurosos y de calidad,
entregada a la producción de documentales relacionados con la
cultura y la sociedad de su tiempo. “No eres más que el presente”
se titulaba la colección de artículos que los responsables de la
compañía escribieron en torno a la producción de televisión.
Si
bien no emprendió un camino tan radical como el de Ogawa (que llegó
a emplear trece años rodando –y viviendo con- una comunidad de
agricultores para presentar en 1987 el resultado), la inspiración de
modelos como él –así como la elección de contenidos afines a sus
inquietudes- lo llevó a implicarse en los hechos que relataba, de
modo que sus rodajes documentales durante la década de los noventa
podían prolongarse meses e incluso años. El objetivo nunca fue otro
que luchar contra los efectos de la violencia que una cámara
grabando provoca en cualquier situación que se busca parezca –o
sea- natural. Sus resultados son perceptibles de manera particular en
títulos como ‘Lecciones de una ternera’ (Mou
hitotsu no kyoiku: Ina Shogakko Harugumi no kiroku,
1992), ‘Agosto sin él’ (Kare
no inai hachigatsu ga,
1994) o ‘Sin memoria’ (Kioku
ga ushinawareta toki,
1996), en los que el director mantiene un contacto periódico
–durante más de un año en ambos casos- con los sujetos sobre los
que trata el documental.
Tras
un período de aprendizaje en la TV Man Union (del que no guarda
particular buen recuerdo), entre las producciones que Kore-eda firma
en los primeros años noventa se encuentran piezas centradas en la
obra del escritor Kenji Miyazawa; en los dos cineastas taiwaneses más
trascendentes de la historia de aquel país, Edward Yang y Hou
Hsiao-Hsien; en la kafkiana situación de un coreano-japonés que no
tiene ni una nacionalidad ni la otra; o en los niños con
discapacidad intelectual de una institución benéfica al norte de
Japón. No son películas independientes, rodadas en los márgenes
del sistema en películas de 8 milímetros, sino pixelados documentos
en vídeo. La televisión era la única manera que encontró para
ponerse detrás de una cámara para contar historias.
Si
por alguna línea particularmente valiosa destacan aquellos
documentales de sus inicios, es por un grado de compromiso social muy
perceptible. Así, pese a sus continuas denuncias de las
consecuencias que los recortes sociales adoptados por determinados
gobiernos de su país tuvieron para muchas personas –que
protagonizan algunos de sus mejores documentales-, se puede hablar
más de empatía con las víctimas que habitan sus obras que de
identificación con determinados postulados ideológicos. Ocurre con
el dirigente político protagonista de ‘Sin embargo’ (Shikashi…
Fukushi kirisute no jidai ni,
1991) y con el amigo seropositivo del director que se deja grabar
durante los últimos meses de su vida en ‘Agosto sin él’. “Hay
tan poca gente capaz de mirar por los demás”, se puede escuchar en
uno de estos documentales que se detienen en grupos discriminados,
marginados o desfavorecidos en la sociedad nipona: homosexuales,
inmigrantes coreanos, perceptores de ayudas públicas,
discapacitados…
Como
en el caso de Nagisa Oshima, Kore-eda ha compaginado su trabajo como
director de películas de ficción con los documentales. En ambas
facetas ha tratado similares temas: la trascendencia del recuerdo y
la memoria, cómo marca el presente, los procesos formativos, la
relación de los niños y los adultos y –por derivación- los
dilemas de las familias, la denuncia de la falta de empatía
–institucional o social- reinante en su país…
Su
trayectoria paralela incluye una prolongada actividad en relación
con la televisión, que compatibiliza con normalidad con su carrera
cinematográfica. Así, dirige un capítulo de la serie de la NHK
‘Kaidan horror classics’ (Ayashiki
bungo kaidan,
2010), y se compromete en la realización de la serie ‘Going my
home’ (Gouingu
mai houmu,
2012); pero también prosigue atendiendo encargos televisivos de la
TBS o la FujiTV, e incluso rueda vídeos musicales para cantantes y
grupos como Cheri, Suenohair, AKB48 o Cocco (a la que dedica en 2008
un largometraje documental).
Incluido
en el particular Olimpo de cinco grandes realizadores japoneses de
todos los tiempos por el escritor y especialista en cine japonés
Donald Richie (le acompañan en ese selecto grupo Akira Kurosawa,
Kenji Mizoguchi, Yasujiro Ozu y Mitsuo Yanagimachi), el cine de
Kore-eda ha sido frecuentemente comparado –por tono y temática-
con el del genial Yasujiro Ozu. La manera en que se introduce en las
complejas relaciones familiares o cómo se retrata los traumáticos
procesos de adaptación de las tradiciones niponas a la
contemporaneidad lo acercan a Ozu. No en su estilo, por supuesto. En
este aspecto, las películas de Kore-eda han ido acercándose
progresivamente a los sentimientos de sus personajes, siempre
embarcados en conflictos relacionados con recuerdos y pérdidas, con
ansias de superación y con las relaciones familiares. A lo largo de
este largo recorrido de prácticamente 25 años se ha mantenido
constante esa mirada humanista en línea de directores como Ozu, pero
también de otros grandes directores del cine nipón.
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