15 oct 2016

Aki Kaurismäki contra la fatalidad


(texto elaborado para el catálogo de la 57 edición del Festival Internacional de Cine Documental y Cortometraje de Bilbao, ZINEBI, que concedió el Mikeldi de Honor al realizador finlandés Aki Kaurismäki. Con motivo de su visita a Bilbao, Rubén Corral y Ramón Ganuza comisariamos el ciclo 'El cine contra la fatalidad', que repasó algunos de sus trabajos tanto en el ámbito del cortometraje como del largometraje)
Pasados unos diez minutos de ‘Nubes pasajeras’ (Kauas pilvet karkaavat, 1996) Lauri, el personaje interpretado por Käri Väänänen, se encuentra con que la empresa para la que trabaja se ve obligada por la coyuntura económica –es una compañía de autobuses urbanos y la gente se inclina más por el tren y utilizar su propio vehículo- a una reestructuración que se traduce en la salida de la compañía de cuatro de sus conductores. ¿Cómo decidir a quién mandar al paro? El gerente saca una baraja francesa y da a elegir a la plantilla: los que tengan la carta más baja, se van para casa. Lauri, tres de tréboles.
Los primeros minutos de la que algunos consideran la primera película de la ‘Trilogía de los perdedores’ firmada por Aki Kaurismäki a lo largo de una década (la premiada en Cannes ‘Un hombre sin pasado’ (Mies vailla menneisyyttä, 2002) y ‘Luces al atardecer’ (Laitakaupungin valot, 2006) serían sus otras dos integrantes) es una destilación de algunas de las constantes temáticas y visuales del cine de Kaurismäki. Pero sobre todo, expone bien a las claras el particular sentido de fatum en su obra.
Aki Kaurismäki (Orimattila, 1957) fue el tercero de cuatro hijos de una familia de clase media que vivió en siete ciudades diferentes antes de completar la Secundaria. Pese a que tanto él como su hermano mayor Mika pronto mostraron interés por el cine, Aki fue rechazado en 1977 en la Escuela de cine de Finlandia. Empezó Periodismo en la Universidad de Tampere mientras Mika estudiaba cinematografía en Munich. Fue su hermano mayor el que lo acabaría implicando en el audiovisual, gracias al guión (que escribieron juntos) de ‘El mentiroso’ (Valehtelija, 1981), un mediometraje que protagonizó el propio Aki. El éxito obtenido en circuitos locales finlandeses permitirá que Kaurismäki inicie su carrera adaptando a su tiempo y lugar un clásico como ‘Crimen y castigo’ (Rikos ja rangaistus, 1983). Una película que él asegura odiar, pese a resultar a día de hoy muy interesante, en parte por el valor del retrato del entorno urbano del Helsinki de los primeros años 80. Después llegarían algunas comedias disparatadas (el largo ‘Calamari Union’ o el cortometraje ‘Rocky VI’) antes de firmar uno de los trabajos más interesantes de toda su carrera, ‘Sombras en el paraíso’ (Varjoja paratiisissa, 1986), con la que participó en la Quincena de los Realizadores de Cannes y el Festival de Toronto.
Ya entonces parece claro que todo podría surgir de la fatalidad. Suele convertirse en el enemigo natural de los antihéroes de Kaurismäki. Siempre se presenta para cebarse con la “clase obrera”. “No conozco a los banqueros, ni ganas que tengo. ¿Qué diálogo iba a escribir en una película sobre banqueros? Algo así como “¿Qué me voy a poner hoy para la fiesta?”. Ellos no son poderosos, como se piensa, sino esclavos del dinero”. Las películas del director finlandés están habitadas por perdedores de una clase social mayoritaria víctima de otra que no duda en definir como “idiotas”. El dinero –asegura Kaurismäki- “siempre está del lado de los idiotas. Hago cine de perdedores porque me siento un perdedor”.
Víctimas de esa fatalidad, luchan por evitar su derrota, o al menos paliar sus efectos, los protagonistas de la ejemplar Trilogía del Proletariado –además de ‘Sombras en el paraíso’, ‘Ariel’ (id., 1988) y ‘La chica de la fábrica de cerillas’ (Tulitikkutehtaan tyttö, 1990)- con la que obtuvo un notable reconocimiento crítico en Europa. Pero como entonces, también en el resto de sus películas Kaurismäki inviste de una inconfundible dignidad natural a estos personajes, lo que permite valorar su condición y facilitar la empatía del espectador. Del contraste entre esta constante y la distancia con que el director trata visualmente a sus personajes –protagonistas, antagonistas o secundarios- surge un estilo narrativo y audiovisual particular y atractivo. No extraña que le hayan salido epígonos e imitadores.
En ese distanciamiento à la Kaurismäki tienen un valor fundamental dos elementos: la estricta dirección de un recurrente grupo de actores que incluye nombres como Matti Pellonpää, Kati Outinen o Elina Salo, entre otros (“los actores no son marionetas, son carne y sangre, pero no quiero que agiten las manos todo el tiempo como si fueran un molino de viento. La magia de la película está entre la cámara y la mirada del actor”); y la expresiva dirección de fotografía de Timo Salminen que a menudo se hace presente de manera antinatural para subrayar determinados aspectos de cada historia.
Además de sus películas finlandesas (las dos trilogías mencionadas, por ejemplo, pero también las comedias desenfrenadas sobre el estrafalario y divertido grupo Leningrad Cowboys), la obra de Kaurismäki se abrió a otros escenarios de Europa de manera natural durante la década de los noventa: rodó en el Reino Unido con Jean-Pierre Léaud como protagonista ‘Contraté un asesino a sueldo’ (I hired a contract killer, 1990); en Francia ‘La vida de Bohemia’ (La vie de Bohème, 1992) sobre la obra de Henri Murger, y explícitamente no sobre la ópera de Puccini; o en Portugal, donde reside la mayor parte del año, los cortos ‘Bico’ (2004) y ‘O tasqueiro’ (2012).
Último apunte. En respuesta a la fatalidad, la gran clave de la obra de Kaurismäki es el optimismo. Al menos cierta animosidad que acaba anidando en los golpeados protagonistas de sus películas, siempre dispuestos a escuchar algún tango o una canción de rock para apurar cada trago de vida. Dice el director que “en las películas no deseo compartir mi pesimismo” y es desde aquí donde comprendemos el desenlace de su último largometraje de ficción hasta la fecha: ‘Le Havre’ (id., 2011), nuevamente rodada en Francia y con el Marcel Marx (André Wilms) de ‘La vie de Bohème’ reconvertido en un pobre limpiabotas de gran corazón. El urgente contenido político –escasamente disimulado en esta ocasión- no ensombrece la universalidad de su mensaje.

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