Con el paso de las décadas y la quiebra del modo tradicional de exhibición de películas, el viejo paradigma de que “toda cinematografía menor admite un cineasta mayor” suma excepciones cada vez más notables. Afortunadamente. Figuras en su día de la talla de Abbas Kiarostami (o antes Theo Angelopoulos, e incluso mucho antes los ahora clásicos del cine japonés Kurosawa y Mizoguchi) actuaron como una cuña para quebrar lentamente esa lectura etnocentrista que caracterizó a Occidente durante el siglo XX.
Bajo la sospecha de no ser más que una muestra más de exotismo cinematográfico, llegó a Europa a finales del siglo pasado la incipiente obra del tailandés Apichatpong Weerasethakul. Criado en el noreste de Tailandia, había estudiado arquitectura en la Universidad de Khon Kaen (cuya provincia es escenario de la mayoría de sus obras) y posteriormente en la School of the Art Institute of Chicago. Un cadáver exquisito de ficción y no ficción llamado Mysterious object at noon (Dokfa nai meuman, 2000) catapultó su carrera desde su estreno en el Festival Internacional de Cine de Rotterdam. Tras esa opera prima, la ascensión fue meteórica: premiado en Cannes con su Blissfully yours (Sud sanaeha, 2002), repitió en el festival francés con Tropical Malady (Sud pralad, 2004); mientras, Syndromes and a Century (Sang sattawat, 2006) fue la primera película tailandesa que compitió por hacerse con el León de Oro de la Mostra de Venecia. En el estado español fue ZINEBI, en 2004, el primer festival que programó parte de aquella sorprendente obra mediante la exhibición de sus dos primeros largometrajes y seis cortometrajes.
En poco más de un lustro, Apichatpong se había ganado un lugar en el canon audiovisual del siglo XXI. En un primer momento, el fulgor procedía de sus célebres hiatos: los largometrajes del realizador tailandés que llegaban a algunas salas comerciales estaban marcados por partirse en dos narraciones aparentemente separadas la una de la otra. Detrás del efecto de este mecanismo narrativo recurrente (y que ha ejecutado siempre de una manera brillante), su obra audiovisual parece íntegramente creada en esa región fronteriza (cada vez más ancha) que separa ficción y realidad. Así, el realizador profundizó en esa convicción íntima, de honda raigambre baziniana, de que toda película de ficción es un documental de su propio rodaje. Apichatpong siempre declaró que su aspiración era imbricar ficción y realidad en cada obra de tal forma que sea imposible saber dónde empieza y acaba cada una.
De este modo, muchas veces propone que los personajes de sus ficciones los construyan los propios actores -siempre con la ayuda del realizador- basándose en sensaciones y experiencias propias o prestadas; o que, en los fragmentos que podrían considerarse más documentales abunden los pasajes en que los intérpretes cuentan historias de ficción (sueños, temores, recuerdos, leyendas, etc.) que alguna vez Apichatpong reconstruye como si se tratara de una ficción. En la mente humana conviven recuerdos y fantasías y, al igual que en estos trabajos del realizador tailandés, casi siempre con absoluta normalidad. No resulta extraño, por tanto, que el realizador no dude en facilitar a su público que se abandone al sueño (en una recomendación que, si la memoria no me falla, sólo recuerdo que haya hecho antes Kiarostami), como recientemente ha hecho en Sleep cinema, instalación presentada en el pasado Festival Internacional de Cine de Rotterdam, y en la que, por un precio de 75 euros la noche, los espectadores podían alquilar una cama para dormirse, si así lo deseaban, ante una selección de imágenes en movimiento procedentes de los fondos del EYE Filmmuseum de Amsterdam, y que se proyectaron en una pantalla oval de grandes proporciones.
Hace unos años, con motivo del estreno de Tío Boonmee… Apichatpong contaba a Diego Lerer que le gustaba el realismo mágico. Lo comparaba con la ciencia ficción, ya que tomaba “elementos de fantasía para hablar del presente”. Para él, decía, “la fantasía es más real que lo que llaman realidad”. No me parece descabellado pensar que Macondo en tailandés se diga Khon Kaen y quizás no sea una casualidad que el próximo largometraje de Apichatpong se vaya a rodar a lo largo de 2019 en Colombia. Se titulará Memoria.
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