(texto elaborado para el catálogo de la 58 edición del Festival Internacional de Cine Documental y Cortometraje de Bilbao, ZINEBI, que concedió el Mikeldi de Honor al realizador kurdo Bahman Ghobadi. Por este motivo Rubén Corral y Ramón Ganuza presentamos la proyección de sus dos últimos trabajos en el programa 'Bahman Ghobadi. Esperando la luz')
“No
me impongas el silencio
Tengo
una historia que contar”
(La
rebelión,
Forough Farrokhzad, 1959)
Durante
años, el nombre de Bahman Ghobadi era frecuentemente relacionado con
el grupo de cineastas procedentes de Irán que deslumbraron a
críticos y aficionados con películas que reflejaban la vida de
muchos de sus conciudadanos a través de puestas en escena de
apariencia sencilla, con una estética apresuradamente definida como
documental, en parte gracias a la utilización de actores no
profesionales. Ghobadi no era más que un modesto realizador joven
cuando aquel fascinante cine iraní desembarcó en Europa durante la
década de los noventa: Abbas Kiarostami, Majid Majidi, Jafar Panahi
o Mohsen Makhmalbaf, entre otros realizadores encuadrados en la
Segunda Nueva Ola del cine iraní.
Tras
rodar desde 1991 una veintena de cortos y mediometrajes en vídeo,
8mm y 16mm, la carrera de Ghobadi atraviesa dos momentos
fundamentales a finales del siglo pasado. En 1998 se presenta a Abbas
Kiarostami ofreciéndose a ser ayudante de dirección en 'El viento
nos llevará' (Bad
ma ra khahad bord,
1999), que se rodaba en el Kurdistán iraní: no sólo consigue el
puesto sino que incluso forma parte del reparto de la película. Por
otra parte, en 2000 -justo el año en que protagoniza 'La pizarra'
(Takhté
siah,
Samira Makhmalbaf)- presenta en Cannes el primer largometraje kurdo
de la historia del cine iraní. 'Un tiempo para los caballos
borrachos' (Zamani
barayé masti asbha,
2000) consigue además la Cámara de Oro y el Premio FIPRESCI.
Desde
ese momento, Bahman Ghobadi empieza a servirse de su cine con un
grado de conciencia aún mayor para llamar la atención sobre la
cultura y la sociedad kurda. Ghobadi, que había estudiado fotografía
y cine en Teherán, comienza una carrera en la que se combinan
mensajes de validez universal -la denuncia de la guerra, los efectos
de los conflictos en la infancia, el desarraigo o la sustitución de
valores tradicionales por los de la sociedad de consumo- con la
presentación de historias de su pueblo. En esta segunda línea
encontramos el cortometraje 'El pandero' (Daf,
2003), uno de los más claros ejemplos de que Ghobadi puede trabajar
de igual manera en el “género” documental que en el de la
ficción: no con actores, sino con personas interpretando sus propias
vidas. En este caso, las de la familia de un fabricante de panderos,
pero en el futuro lo haría de igual modo en docu-ficciones como
'Nadie sabe nada de gatos persas' (Kasi
az gorbehaye irani khabar nadareh,
2009) o A
flag without a country
(2015).
Pero
al margen del desarrollo de su carrera como cineasta, varios factores
derivados de la manera de pensar y de la nacionalidad de Ghobadi
influyen decisivamente en su periplo profesional. Un primer síntoma
lo advierte a mediados de la primera década del siglo: pese a que
sus películas logran reconocimientos en festivales de primer orden
mundial, apenas son distribuidas comercialmente en Irán. El hecho de
que el contenido de muchos de sus trabajos tenga que ver con aspectos
que disgustan al estado iraní terminó provocando algo que explicita
uno de los personajes de 'Nadie sabe nada de gatos persas', el
productor musical Babak, que asegura sobre el propio Ghobadi -que
aparece cantando en un estudio de grabación- que “no le dejan
rodar su próxima película, y la anterior la venden por la calle
[habla de 'Media Luna' (Niwemang,
2006), que le supuso su segunda Concha de Oro en el Festival de Cine
de San Sebastián]”.
Más
allá, no obstante, de este primer indicio, su situación empeora
precisamente el año en que rueda 'Nadie sabe nada de gatos persas'.
En el convulso 2009 en que tuvo lugar la reelección de Mahmud
Ahmadineyad, Bahman Ghobadi es arrestado por la policía a su regreso
del Festival de Cannes. Allí había logrado el premio especial del
jurado de la sección Un Certain Regard, y durante su estancia en
Francia había criticado duramente al gobierno iraní por la ola de
represión contra cualquier movimiento opositor. Particularmente por
la condena de ocho años de prisión impuesta a su pareja, la
periodista norteamericana Roxana Saberi, coguionista de la película
que presentaba, y a la que Irán acusó de espiar para los Estados
Unidos. Finalmente pasó en prisión unos seis meses, pero Ghobadi
también pisó los calabozos durante varios días. De hecho, el
tercer guionista de aquel film, el novelista Hossein M. Abkenar, es
un escritor en cuyas obras explora la violencia, la política y el
papel de la mujer en Irán. Sus libros están prohibidos en Irán.
Vive en el exilio.
Así
es como el director de la conmovedora tragedia sobre la guerra y la
infancia 'Las tortugas también vuelan' (Lakposhtha
ham parvaz mikonand,
2004), ganadora de la Concha de Oro del Festival de San Sebastián ,
tomó la decisión de no regresar a Irán: “soy una persona
amargada por 30 años del régimen”, sostenía en 2009, después de
unirse al tristemente nutrido grupo de cineastas nacidos en Irán que
no han tenido más opción que el exilio. Entre ellos encontramos a
algunos de los más reputados directores iraníes de las últimas
décadas: Mohsen Makhmalbaf -el director de 'Gabbeh' (1996), 'El
silencio' (Sokout,
1998) o 'Kandahar' (2001)-, Babak Payami -director de 'El voto es
secreto' (Raye
makhfi,
2001), premiada en Venecia- o incluso el veterano Jafar Panahi, en
arresto domiciliario en Teherán por “actuar contra la seguridad
nacional y hacer propaganda contra el estado”.
Mientras
Ghobadi tiene que trasladarse a los Estados Unidos, luego a Alemania
y finalmente a Turquía, prepara varias películas alumbradas por la
necesidad de denunciar distintas situaciones de represión sufridas
por ciudadanos kurdos que viven en el territorio que se sitúa en los
estados turco, sirio, iraquí e iraní. Así, desde una posición de
mayor libertad, y sin tener que preocuparse por la censura presenta
'Rhino season' (Fasle
kargadan,
2012), en el que el protagonismo es para Behrouz Vossoughi, un actor
que ha permanecido más de 30 años en el exilio, y que encarna el
papel de un poeta kurdo que pasó casi 30 años encarcelado. No es
una historia que suene a nueva en el Irán actual. Poco más de un
mes después de que la película se presentara internacionalmente, el
hermano de Ghobadi, Behrouz, era detenido en Irán y pasó en prisión
más de dos meses.
En
sus últimos trabajos, presentados en la esta edición de Zinebi,
Ghobadi retoma con convicción la mezcla de ficción y documental en
A
flag without a country
(2015), que presentó en las pasadas ediciones de los festivales de
Busan y Sundance. A la vez, produce Life
on the border
(2015), rodada en la frontera turco-siria por ocho niños que viven
en uno de los puntos de partida de los refugiados que quieren
alcanzar Europa: los campamentos de Rojava -el Kurdistán sirio-
presentados en ocho visiones de su propia vida.
'El
viento nos llevará', el clásico de Kiarostami en el que Ghobadi fue
ayudante de dirección del maestro, toma su nombre de un poema de la
malograda poeta y cineasta iraní Forough Farrokhzad. Su poesía
también fue prohibida y censurada durante más de una década tras
la revolución islámica. Uno de los versos recitados en su
inolvidable cortometraje documental 'La casa es negra' (Khaneh
siah ast,
1963) -rodado en una leprosería en las afueras de la ciudad de
Tabriz- serviría hoy para describir la situación de los creadores
en Irán: “Como las tórtolas imploramos justicia, pero no la hay.
Esperamos la luz y reina la oscuridad”.
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