26 oct 2016

Bahman Ghobadi. Esperando la luz.



(texto elaborado para el catálogo de la 58 edición del Festival Internacional de Cine Documental y Cortometraje de Bilbao, ZINEBI, que concedió el Mikeldi de Honor al realizador kurdo Bahman Ghobadi. Por este motivo Rubén Corral y Ramón Ganuza presentamos la proyección de sus dos últimos trabajos en el programa 'Bahman Ghobadi. Esperando la luz')


“No me impongas el silencio
Tengo una historia que contar”

(La rebelión, Forough Farrokhzad, 1959)


Durante años, el nombre de Bahman Ghobadi era frecuentemente relacionado con el grupo de cineastas procedentes de Irán que deslumbraron a críticos y aficionados con películas que reflejaban la vida de muchos de sus conciudadanos a través de puestas en escena de apariencia sencilla, con una estética apresuradamente definida como documental, en parte gracias a la utilización de actores no profesionales. Ghobadi no era más que un modesto realizador joven cuando aquel fascinante cine iraní desembarcó en Europa durante la década de los noventa: Abbas Kiarostami, Majid Majidi, Jafar Panahi o Mohsen Makhmalbaf, entre otros realizadores encuadrados en la Segunda Nueva Ola del cine iraní.

Tras rodar desde 1991 una veintena de cortos y mediometrajes en vídeo, 8mm y 16mm, la carrera de Ghobadi atraviesa dos momentos fundamentales a finales del siglo pasado. En 1998 se presenta a Abbas Kiarostami ofreciéndose a ser ayudante de dirección en 'El viento nos llevará' (Bad ma ra khahad bord, 1999), que se rodaba en el Kurdistán iraní: no sólo consigue el puesto sino que incluso forma parte del reparto de la película. Por otra parte, en 2000 -justo el año en que protagoniza 'La pizarra' (Takhté siah, Samira Makhmalbaf)- presenta en Cannes el primer largometraje kurdo de la historia del cine iraní. 'Un tiempo para los caballos borrachos' (Zamani barayé masti asbha, 2000) consigue además la Cámara de Oro y el Premio FIPRESCI.

Desde ese momento, Bahman Ghobadi empieza a servirse de su cine con un grado de conciencia aún mayor para llamar la atención sobre la cultura y la sociedad kurda. Ghobadi, que había estudiado fotografía y cine en Teherán, comienza una carrera en la que se combinan mensajes de validez universal -la denuncia de la guerra, los efectos de los conflictos en la infancia, el desarraigo o la sustitución de valores tradicionales por los de la sociedad de consumo- con la presentación de historias de su pueblo. En esta segunda línea encontramos el cortometraje 'El pandero' (Daf, 2003), uno de los más claros ejemplos de que Ghobadi puede trabajar de igual manera en el “género” documental que en el de la ficción: no con actores, sino con personas interpretando sus propias vidas. En este caso, las de la familia de un fabricante de panderos, pero en el futuro lo haría de igual modo en docu-ficciones como 'Nadie sabe nada de gatos persas' (Kasi az gorbehaye irani khabar nadareh, 2009) o A flag without a country (2015).

Pero al margen del desarrollo de su carrera como cineasta, varios factores derivados de la manera de pensar y de la nacionalidad de Ghobadi influyen decisivamente en su periplo profesional. Un primer síntoma lo advierte a mediados de la primera década del siglo: pese a que sus películas logran reconocimientos en festivales de primer orden mundial, apenas son distribuidas comercialmente en Irán. El hecho de que el contenido de muchos de sus trabajos tenga que ver con aspectos que disgustan al estado iraní terminó provocando algo que explicita uno de los personajes de 'Nadie sabe nada de gatos persas', el productor musical Babak, que asegura sobre el propio Ghobadi -que aparece cantando en un estudio de grabación- que “no le dejan rodar su próxima película, y la anterior la venden por la calle [habla de 'Media Luna' (Niwemang, 2006), que le supuso su segunda Concha de Oro en el Festival de Cine de San Sebastián]”.

Más allá, no obstante, de este primer indicio, su situación empeora precisamente el año en que rueda 'Nadie sabe nada de gatos persas'. En el convulso 2009 en que tuvo lugar la reelección de Mahmud Ahmadineyad, Bahman Ghobadi es arrestado por la policía a su regreso del Festival de Cannes. Allí había logrado el premio especial del jurado de la sección Un Certain Regard, y durante su estancia en Francia había criticado duramente al gobierno iraní por la ola de represión contra cualquier movimiento opositor. Particularmente por la condena de ocho años de prisión impuesta a su pareja, la periodista norteamericana Roxana Saberi, coguionista de la película que presentaba, y a la que Irán acusó de espiar para los Estados Unidos. Finalmente pasó en prisión unos seis meses, pero Ghobadi también pisó los calabozos durante varios días. De hecho, el tercer guionista de aquel film, el novelista Hossein M. Abkenar, es un escritor en cuyas obras explora la violencia, la política y el papel de la mujer en Irán. Sus libros están prohibidos en Irán. Vive en el exilio.

Así es como el director de la conmovedora tragedia sobre la guerra y la infancia 'Las tortugas también vuelan' (Lakposhtha ham parvaz mikonand, 2004), ganadora de la Concha de Oro del Festival de San Sebastián , tomó la decisión de no regresar a Irán: “soy una persona amargada por 30 años del régimen”, sostenía en 2009, después de unirse al tristemente nutrido grupo de cineastas nacidos en Irán que no han tenido más opción que el exilio. Entre ellos encontramos a algunos de los más reputados directores iraníes de las últimas décadas: Mohsen Makhmalbaf -el director de 'Gabbeh' (1996), 'El silencio' (Sokout, 1998) o 'Kandahar' (2001)-, Babak Payami -director de 'El voto es secreto' (Raye makhfi, 2001), premiada en Venecia- o incluso el veterano Jafar Panahi, en arresto domiciliario en Teherán por “actuar contra la seguridad nacional y hacer propaganda contra el estado”.

Mientras Ghobadi tiene que trasladarse a los Estados Unidos, luego a Alemania y finalmente a Turquía, prepara varias películas alumbradas por la necesidad de denunciar distintas situaciones de represión sufridas por ciudadanos kurdos que viven en el territorio que se sitúa en los estados turco, sirio, iraquí e iraní. Así, desde una posición de mayor libertad, y sin tener que preocuparse por la censura presenta 'Rhino season' (Fasle kargadan, 2012), en el que el protagonismo es para Behrouz Vossoughi, un actor que ha permanecido más de 30 años en el exilio, y que encarna el papel de un poeta kurdo que pasó casi 30 años encarcelado. No es una historia que suene a nueva en el Irán actual. Poco más de un mes después de que la película se presentara internacionalmente, el hermano de Ghobadi, Behrouz, era detenido en Irán y pasó en prisión más de dos meses.

En sus últimos trabajos, presentados en la esta edición de Zinebi, Ghobadi retoma con convicción la mezcla de ficción y documental en A flag without a country (2015), que presentó en las pasadas ediciones de los festivales de Busan y Sundance. A la vez, produce Life on the border (2015), rodada en la frontera turco-siria por ocho niños que viven en uno de los puntos de partida de los refugiados que quieren alcanzar Europa: los campamentos de Rojava -el Kurdistán sirio- presentados en ocho visiones de su propia vida.

'El viento nos llevará', el clásico de Kiarostami en el que Ghobadi fue ayudante de dirección del maestro, toma su nombre de un poema de la malograda poeta y cineasta iraní Forough Farrokhzad. Su poesía también fue prohibida y censurada durante más de una década tras la revolución islámica. Uno de los versos recitados en su inolvidable cortometraje documental 'La casa es negra' (Khaneh siah ast, 1963) -rodado en una leprosería en las afueras de la ciudad de Tabriz- serviría hoy para describir la situación de los creadores en Irán: “Como las tórtolas imploramos justicia, pero no la hay. Esperamos la luz y reina la oscuridad”.

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